La cultura del deber, un pacto social y la reforma del alma quedaron en el olvido. No a la prepotencia del poder y la oficina anticorrupción fueron otras apuestas
(Foto: Archivo El Comercio)
Iniciamos la primera de una serie de entregas sobre la segunda gestión del presidente Alan García. Durante estos cinco años, el mandatario aprovechó cada mensaje de 28 de julio para transmitir propuestas optimistas que se fueron diluyendo con el paso del tiempo. Pese al fracaso de estas iniciativas, nunca es tarde para retomarlas.
JUAN AURELIO ARÉVALO
El 28 de julio del 2006 Alan García regresó al mismo hemiciclo que 16 años atrás lo despidió entre pifias, carpetazos y gritos de ¡cállate! y ¡lárgate! Tomando en cuenta que el 47% de peruanos no votó por él y el otro 52% sí lo hizo, pero con más angustia que convicción, García remarcó que el Apra asumía el poder con la experiencia de sus errores pasados y pidió “íntima y fraternalmente” que cada uno se sometiera a un examen de conciencia.
“Nos hemos acostumbrado a echarles la culpa de todo a los demás, sin reconocer que gran parte de la culpa también es nuestra. Nos hemos acostumbrado a hablar de derechos y a exigir más derechos, pero olvidamos las obligaciones y el deber [...] El valor del deber debe volver a cada mente y a cada corazón”, señaló.
De inmediato el mandatario buscó gestos concretos para distanciarse del régimen toledista. Instauró una política de austeridad que contrastó con la frivolidad atribuida a su antecesor y el entonces primer ministro Jorge del Castillo anunció que los miembros del Gabinete ya no tendrían privilegios en las calles, todos respetarían la luz roja porque al hacerlo podrían ver “a los niños que saltan y hacen malabares y a los pordioseros que piden plata”.
No contento con eso y alentado por un editorial de El Comercio que llamaba a sentar las bases de una “cultura del deber”, Del Castillo convocó a un grupo de intelectuales, entre los que destacaron el antropólogo Fernando Fuenzalida, el sociólogo Julio Cotler y el psicólogo Max Hernández, para recibir ideas y dar forma a una campaña cívica. Como primera propuesta, tras varios meses de análisis, el denominado Grupo del Deber lanzó el 1 de marzo en la Plaza de Armas la Campaña Nacional por el Respeto y la Puntualidad, que instó a todos a sincronizar sus relojes con la hora de la Marina de Guerra del Perú y al mismo tiempo sirvió para recordarle al país la fama de tardón del ex presidente Toledo.
Frases como “Perú: la hora sin demora” o “Llegó la hora del respeto” colmaron las calles de Lima. Tal fue el entusiasmo que la Confiep y la CGTP, dos gremios que históricamente se tratan como pericote y gato, costearon juntos el estrado oficial.
Ese día, políticos, empresarios y demás autoridades se comprometieron a desterrar para siempre la impuntualidad. Un ataúd con la inscripción “Muerte a la hora Cabana” se paseó delante de los presentes, lo que desató el jolgorio de García y el malestar de Max Hernández, quien no dejaba de mirar otro cartel que decía “Respetos guardan respetos”.
¿Cuánto duró tanta belleza? Apenas unas semanas. El Grupo del Deber nunca concretó sus otras campañas relacionadas con la limpieza callejera y las reglas de tránsito, y juzgue usted mismo si en estos últimos años los vehículos del Estado han respetado los semáforos.
La cultura del deber fue solo la primera de varias propuestas bien intencionadas que terminaron pintadas en la pared. En el siguiente mensaje a la nación, García propuso el pacto social, un foro que permitiría impulsar acuerdos entre trabajadores y empleadores para incrementar la remuneración mínima vital y velar por derechos a la seguridad social y la jubilación. Nuevamente Del Castillo y la entonces ministra de Trabajo Susana Pinilla tomaron las riendas.
A los pocos días nombraron al ex presidente del Tribunal Constitucional Víctor García Toma director ejecutivo del pacto. Luego se armó un clima de confusión porque tanto trabajadores como dirigentes no entendían la diferencia entre esta propuesta y el Acuerdo Nacional, que trataba los mismos asuntos. Para ahondar más el desconcierto, una encuesta de Apoyo de agosto del 2007 reveló que el 68% no conocía el Acuerdo Nacional y el 72% no tenía idea de qué era el pacto social.
Siete meses después ocurrió lo inevitable. La prensa se topó con García Toma y al preguntarle qué pasó con la propuesta, el constitucionalista respondió: “El pacto social ya fue”.
Tres meses después de que se revelara el contenido de las conversaciones entre Rómulo León y Alberto Quimper, García regresó al hemiciclo y soltó una nueva iniciativa: “Ni lo material ni lo legal son suficientes, nos falta todavía una reforma del alma que solo cada peruano puede impulsar desde su hogar”.
La invocación del presidente al inicio de su tercer año de gobierno tenía como objetivo darle sentido al crecimiento económico en un país con una marcada desigualdad. “Que no haya violadores o padres que abusen de sus hijos, que no haya madres que sancionen a los niños quemando sus manos, que no haya choferes irresponsables o asesinos en las calles y carreteras, que nadie se ‘bestialice’ por el alcoholismo o golpeando a su esposa o conviviente, que no haya muchachos arrastrados por el escándalo y la violencia, que la evasión de impuestos no siga significando astucia, ni se permita el racismo primitivo que ofende y detiene a nuestra patria”, pidió en esa ocasión.
Lamentablemente, la realidad fue otra. Ese 2008, de las 393 empresas de transporte en el país, el 40% tuvo al menos un accidente. Hasta el 25 de diciembre se registraron 1.788 casos, una cifra, que si bien fue 10% menor a la del 2007, trajo consigo 16 muertos más que el año anterior: 875 en total. Ese mismo año la Defensoría del Pueblo atendió 149 denuncias por discriminación y entre el 2003 y 2008 la misma institución registró 530 casos de violaciones de los derechos humanos. Durante el 2008 el Ministerio del Interior atendió 6.932 denuncias de violaciones sexuales contra mujeres. Según el Ministerio de la Mujer y Desarrollo Social, al mes 12 fueron asesinadas por sus parejas y el Instituto de Medicina Legal atendió a 75 mujeres al día víctimas de vejaciones.
De la Oficina Nacional Anticorrupción hoy solo queda el recuerdo de su nombre. Creada en octubre del 2007, el jefe del Estado designó a la jueza Carolina Lizárraga la primera jefa. Diez meses después, la oficina fue desactivada. La ‘zarina’ nunca recibió el respaldo debido y las competencias del nuevo organismo nunca quedaron claras. Una vez más, faltó convicción.
¿Y QUÉ PASÓ CON EL NO A LAS MEDALLAS?
En setiembre del 2010 Americas Society, a través de su presidente John Negroponte, otorgó al presidente Alan García una medalla de oro por su liderazgo democrático.
Emocionado recibió la distinción y recordó que en el 2006 dio un decreto para no recibir ninguna condecoración mientras sea mandatario.
“Es la primera y la última condecoración que recibo como presidente”, dijo en Nueva York. Sin embargo, el 18 de junio pasado García fue condecorado por la Municipalidad de Independencia y el 20 por el Concejo del Callao.
LAS FRASES
1. “Nada de pasarse las luces rojas. No a la prepotencia del poder”.
2. “Se promoverá una cultura del deber y de valores en los cinco años”.
3. “Necesitamos un pacto social para tratar sobre el salario mínimo”.
4. “Nos falta una reforma del alma que debe partir de los hogares”.
5. “Uno de los objetivos será que la corrupción disminuya”.
JUAN AURELIO ARÉVALO
El 28 de julio del 2006 Alan García regresó al mismo hemiciclo que 16 años atrás lo despidió entre pifias, carpetazos y gritos de ¡cállate! y ¡lárgate! Tomando en cuenta que el 47% de peruanos no votó por él y el otro 52% sí lo hizo, pero con más angustia que convicción, García remarcó que el Apra asumía el poder con la experiencia de sus errores pasados y pidió “íntima y fraternalmente” que cada uno se sometiera a un examen de conciencia.
“Nos hemos acostumbrado a echarles la culpa de todo a los demás, sin reconocer que gran parte de la culpa también es nuestra. Nos hemos acostumbrado a hablar de derechos y a exigir más derechos, pero olvidamos las obligaciones y el deber [...] El valor del deber debe volver a cada mente y a cada corazón”, señaló.
De inmediato el mandatario buscó gestos concretos para distanciarse del régimen toledista. Instauró una política de austeridad que contrastó con la frivolidad atribuida a su antecesor y el entonces primer ministro Jorge del Castillo anunció que los miembros del Gabinete ya no tendrían privilegios en las calles, todos respetarían la luz roja porque al hacerlo podrían ver “a los niños que saltan y hacen malabares y a los pordioseros que piden plata”.
No contento con eso y alentado por un editorial de El Comercio que llamaba a sentar las bases de una “cultura del deber”, Del Castillo convocó a un grupo de intelectuales, entre los que destacaron el antropólogo Fernando Fuenzalida, el sociólogo Julio Cotler y el psicólogo Max Hernández, para recibir ideas y dar forma a una campaña cívica. Como primera propuesta, tras varios meses de análisis, el denominado Grupo del Deber lanzó el 1 de marzo en la Plaza de Armas la Campaña Nacional por el Respeto y la Puntualidad, que instó a todos a sincronizar sus relojes con la hora de la Marina de Guerra del Perú y al mismo tiempo sirvió para recordarle al país la fama de tardón del ex presidente Toledo.
Frases como “Perú: la hora sin demora” o “Llegó la hora del respeto” colmaron las calles de Lima. Tal fue el entusiasmo que la Confiep y la CGTP, dos gremios que históricamente se tratan como pericote y gato, costearon juntos el estrado oficial.
Ese día, políticos, empresarios y demás autoridades se comprometieron a desterrar para siempre la impuntualidad. Un ataúd con la inscripción “Muerte a la hora Cabana” se paseó delante de los presentes, lo que desató el jolgorio de García y el malestar de Max Hernández, quien no dejaba de mirar otro cartel que decía “Respetos guardan respetos”.
¿Cuánto duró tanta belleza? Apenas unas semanas. El Grupo del Deber nunca concretó sus otras campañas relacionadas con la limpieza callejera y las reglas de tránsito, y juzgue usted mismo si en estos últimos años los vehículos del Estado han respetado los semáforos.
La cultura del deber fue solo la primera de varias propuestas bien intencionadas que terminaron pintadas en la pared. En el siguiente mensaje a la nación, García propuso el pacto social, un foro que permitiría impulsar acuerdos entre trabajadores y empleadores para incrementar la remuneración mínima vital y velar por derechos a la seguridad social y la jubilación. Nuevamente Del Castillo y la entonces ministra de Trabajo Susana Pinilla tomaron las riendas.
A los pocos días nombraron al ex presidente del Tribunal Constitucional Víctor García Toma director ejecutivo del pacto. Luego se armó un clima de confusión porque tanto trabajadores como dirigentes no entendían la diferencia entre esta propuesta y el Acuerdo Nacional, que trataba los mismos asuntos. Para ahondar más el desconcierto, una encuesta de Apoyo de agosto del 2007 reveló que el 68% no conocía el Acuerdo Nacional y el 72% no tenía idea de qué era el pacto social.
Siete meses después ocurrió lo inevitable. La prensa se topó con García Toma y al preguntarle qué pasó con la propuesta, el constitucionalista respondió: “El pacto social ya fue”.
Tres meses después de que se revelara el contenido de las conversaciones entre Rómulo León y Alberto Quimper, García regresó al hemiciclo y soltó una nueva iniciativa: “Ni lo material ni lo legal son suficientes, nos falta todavía una reforma del alma que solo cada peruano puede impulsar desde su hogar”.
La invocación del presidente al inicio de su tercer año de gobierno tenía como objetivo darle sentido al crecimiento económico en un país con una marcada desigualdad. “Que no haya violadores o padres que abusen de sus hijos, que no haya madres que sancionen a los niños quemando sus manos, que no haya choferes irresponsables o asesinos en las calles y carreteras, que nadie se ‘bestialice’ por el alcoholismo o golpeando a su esposa o conviviente, que no haya muchachos arrastrados por el escándalo y la violencia, que la evasión de impuestos no siga significando astucia, ni se permita el racismo primitivo que ofende y detiene a nuestra patria”, pidió en esa ocasión.
Lamentablemente, la realidad fue otra. Ese 2008, de las 393 empresas de transporte en el país, el 40% tuvo al menos un accidente. Hasta el 25 de diciembre se registraron 1.788 casos, una cifra, que si bien fue 10% menor a la del 2007, trajo consigo 16 muertos más que el año anterior: 875 en total. Ese mismo año la Defensoría del Pueblo atendió 149 denuncias por discriminación y entre el 2003 y 2008 la misma institución registró 530 casos de violaciones de los derechos humanos. Durante el 2008 el Ministerio del Interior atendió 6.932 denuncias de violaciones sexuales contra mujeres. Según el Ministerio de la Mujer y Desarrollo Social, al mes 12 fueron asesinadas por sus parejas y el Instituto de Medicina Legal atendió a 75 mujeres al día víctimas de vejaciones.
De la Oficina Nacional Anticorrupción hoy solo queda el recuerdo de su nombre. Creada en octubre del 2007, el jefe del Estado designó a la jueza Carolina Lizárraga la primera jefa. Diez meses después, la oficina fue desactivada. La ‘zarina’ nunca recibió el respaldo debido y las competencias del nuevo organismo nunca quedaron claras. Una vez más, faltó convicción.
¿Y QUÉ PASÓ CON EL NO A LAS MEDALLAS?
En setiembre del 2010 Americas Society, a través de su presidente John Negroponte, otorgó al presidente Alan García una medalla de oro por su liderazgo democrático.
Emocionado recibió la distinción y recordó que en el 2006 dio un decreto para no recibir ninguna condecoración mientras sea mandatario.
“Es la primera y la última condecoración que recibo como presidente”, dijo en Nueva York. Sin embargo, el 18 de junio pasado García fue condecorado por la Municipalidad de Independencia y el 20 por el Concejo del Callao.
LAS FRASES
1. “Nada de pasarse las luces rojas. No a la prepotencia del poder”.
2. “Se promoverá una cultura del deber y de valores en los cinco años”.
3. “Necesitamos un pacto social para tratar sobre el salario mínimo”.
4. “Nos falta una reforma del alma que debe partir de los hogares”.
5. “Uno de los objetivos será que la corrupción disminuya”.
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